El toque de campana forma parte del paisaje sonoro y cultural de los valencianos desde la conquista cristiana. Se dice que el propio Rey Jaume I traía pequeñas campanas en su equipaje, y el poeta Ibn-Al-Abbar ya escribe, a los pocos años de la incorporación del Reino de Valencia a la cultura cristiana europea, que «el ruido de las campanas ha sustituido la voz que denominaba a la oración». Respecto a estas pequeñas campanas, todo apunta al hecho que una de las campanas señaleres o «campana de los Muertos» de la Catedral de Valencia, datada a principios del siglo XIII y restaurada hace unos años, pueda ser una de estas campanas medievales.

Las voces de las campanas han constituido, a lo largo de los siglos, la voz de la comunidad, el medio de expresión y de comunicación más inmediato y eficaz al servicio de todos, la referencia sonora que servía para informar y coordinar a toda una comunidad local.

Las campanas construyen el tiempo colectivo, no solamente a través de los relojes, sino de los varios toques, que marcan el transcurrir de la jornada, de la semana, del año y de la vida.

Marcan espacios festivos o de luto, e indican con sus toques la relevancia de ciertas personas, bien en el momento de su muerte, bien en otros acontecimientos extraordinarios.

Por eso las campanas llegan más allá del significado religioso, sin olvidarlo, puesto que se convierten en la voz de una comunidad, en su símbolo sonoro más intuitivo y emotivo. Los campaneros valencianos han recuperado en los últimos años más de 300 toques manuales de Campanas.