Es el patrón de Valencia (los restos de uno de sus brazos se encuentran en el Colegio Imperial de Niños Huérfanos de San Vicente) y, aunque su fiesta es el 5 de abril, su solemnidad y fiesta popular son celebradas el lunes siguiente del segundo domingo de Pascua de Resurrección. La semana de Pascua algunas localidades aprovechan para levantar los escenarios o altares populares donde los niños representan los milagros (els miracles), que son unas pequeñas piezas teatrales en las cuales se escenifican los milagros del santo, que se representan en valenciano y tienen un marcado carácter didáctico y hagiográfico que las hace culminar con alguna lección moral. Los colectivos vicentinos que montan los altares se llaman también altares, y constituyen la base de todo un tejido asociativo de larga tradición, que es el principal responsable de mantener viva la fiesta y de su transmisión intergeneracional.

La celebración de la Pascua tiene un carácter popular, que se manifiesta en la pervivencia de juegos tradicionales, reuniones de amigos y familiares, el despegue de cometas (catxirulos) y el consumo ritual de dulces, como por ejemplo les mones y els panous, o la típica longaniza.

Los actos más destacados del segundo fin de semana de Pascua son la ofrenda floral al santo en su casa natalicia de la calle del Mar y la procesión en que el cortejo visita los lugares vicentinos y que acaba en la Iglesia de San Esteban, donde fue bautizado. Precisamente en torno a la pila bautismal se exponen esos días los bultos de San Vicente, que son esculturas de cartón piedra que representan los personajes que estuvieron en el bautismo de San Vicente Ferrer, y que van ataviados a la moda del siglo XV. Además hay que destacar la subida y bajada de la imagen del santo de cada altar como un momento especialmente intenso y emotivo.

La fiesta vicentina tiene continuidad con la Fiesta de los Niños de la Calle de San Vicente. Se celebra el primer lunes del mes de junio. Recibe este nombre por la participación de un gran número de niños y niñas de corta edad. Se trata de una fiesta muy antigua que conmemora el primer lugar que ocupó en la ciudad el Colegio de los Niños Huérfanos de San Vicente Ferrer, herencia de la congregación de los Beguines que él organizó para que se ocupara de los niños huérfanos que eran abandonados en las calles a la caridad de los cristianos.