Toná es una obra de Luz Arcas (La Phármaco), donde, en palabras de la artista, quería hablar de la muerte, que apareciera, pero como aparece en el folclore, con toda su fuerza mítica, psíquica, y también como un motivo para la fiesta, para la celebración y la catarsis. Podrás verla en el Teatre El Musical de València el próximo sábado 21 de enero a las 20h.
Toná es una propuesta escénica que se aleja de narrativas convencionales y ofrece al espectador a una experiencia poética, plástica e intuitiva. En la pieza, los cuerpos y los objetos (el vestuario, los elementos escénicos) son atravesados por lo invisible (la música, el movimiento) y agitados hasta la extenuación: un exceso de vida que acaba por agotarlos y devolverlos a lo inerte.
Con el título provisional de La carne, la caída, el pasado mes de noviembre se estrenó en el Centro Pompidou Málaga la semilla de este proyecto a la manera de laboratorio creativo compartido por tres malagueñas residentes en Madrid de proyección significativa: la bailarina y coreógrafa Luz Arcas, directora de la compañía La Phármaco; la fotógrafa Virginia Rota, colaboradora de La Phármaco desde sus inicios e implicada igualmente en otros proyectos escénicos; y la violinista y compositora Luz Prado, con la que Arcas ya había colaborado en su pieza La domesticación.
Toná indaga en la fugacidad, en la muerte y la memoria. Como apunta Luz Arcas, “los materiales sobre los que trabajamos provienen del imaginario de nuestra infancia, de las canciones y de los miedos que aún nos persiguen. Nuestro proyecto aborda todo lo relativo a la muerte y al duelo desde el folclore, con una presencia muy importante de los verdiales como fuente de inspiración. Y ha significado un paréntesis muy importante respecto a lo que yo venía haciendo. Es algo menos denso, más orgánico y salvaje”.
En palabras de la propia artista: “Toná surgió en los viajes a Málaga para visitar a mi padre, bastante enfermo. En su casa, donde me crié, me reencontré con referencias, iconos, símbolos que tenía casi olvidados. Recordé anécdotas y miedos, reconectando con el folclore de mi infancia. Quería bailar un sentimiento que es propio de ese folclore: la muerte como celebración de la vida, la fiesta y la catarsis individual y colectiva.
Estaba trabajando en un nuevo proyecto con las también malagueñas Luz Prado (en la música) y Virginia Rota (en los audiovisuales), cuando les propuse indagar en esa poética compartida. Luz había trabajado mucho sobre los verdiales, el folclore malagueño prerromano, probablemente de origen fenicio, que en gran medida ha sobrevivido a las sucesivas colonizaciones culturales y todo intento de domesticación. Virginia, por su parte, acababa de inaugurar una exposición sobre el luto en Andalucía.
La memoria colectiva y los imaginarios populares son cruciales porque nos acogen y nos salvan del individualismo invitándonos a elaborar un relato compartido. Como todo lo relacionado con el pueblo, esta memoria cultural está llena de problemas, sin duda, pero volver a ella, para ensuciarla, renombrarla, y así, vitalizarla, es un acto de libertad frente al totalitarismo cultural o cualquier intención neoliberal de imponer o capturar un sentido, que solo esa colectividad puede administrar performativamente. También es un acto de resistencia contra el intento de nuestro sistema de desterrar y negar la enfermedad, la vejez y la muerte, que nos hace débiles cultural y espiritualmente y, por lo tanto, dominables.
En la biblioteca de mi padre me reencontré con una biografía de Trinidad Huertas, La Cuenca, una bailaora malagueña del siglo XIX que se hizo famosa en todo el mundo con un número en el que representaba a una torera en plena faena y que le dio el sobrenombre de La Valiente. He recuperado otras referencias de mi infancia, como la figura de la Virgen del Carmen, embarcada en procesión por el mar cada 16 de julio, en una fiesta que, como tantas otras del mundo popular, expresan un paganismo y un arcaísmo anterior al catolicismo y que, sin embargo, este siempre ha aprovechado para articular sus mitos. También recuerdo cuando un amigo de mi padre nos llevaba de noche a esperar a que se apareciera la virgen entre los olivos. Me interesa la experiencia del milagro como la aborda Pasolini, como Ana Mendieta: la metafísica de la carne, su espectacularidad pobre, el testigo inesperado.
Los milagros están hechos de muchas cosas pero, sobre todo, de la necesidad de que ocurran. Su carácter devocional no requiere una estructura formal demasiado elaborada, como dice mi amigo Rafael SM Paniagua, “la eficacia de las formas culturales populares es de otro tipo. Su precisión es de otro tipo. Podemos elaborar una creencia a partir de una imagen abyecta, una mancha en la pared, un Cristo mal pintado. La devoción popular se organiza en torno a imágenes malas”.
«Confieso que el proceso de creación ha sido una liberación. Ojalá lo sea también para el público».
«Toná está dedicada a mi madre”.
Consulta más información en la web del teatro.